Olvidando en diferido

    No podía recordar cuándo había sido la última vez que fui al teatro. Estos movimientos de ocio eran muy abundantes en épocas antañas, donde los matrimonios más adinerados se permitían el lujo de observan un escenario repleto de actores. Sin embargo, ahora ya no se estilaba el hecho de ir a un teatro, pues con la gran revolución tecnológica el cine había evolucionado a grandes pasos.
Cuando las luces se encendieron, mis ojos aún permanecían en la penumbra de la película. Me costó unos minutos acostumbrarme a aquel ambiente, un escenario que se me antojada extraño. Aún añoraba aquellos meses de verano donde la teatralidad era la dueña del centro de la ciudad. Pero tenía que aceptar que todo avanza y evoluciona. Incluso mi edad, puesto que ya no era la niña que ayudaba en la vestimenta de los teatros infantiles, sino una mujer de alta edad que no conseguía acostumbrarme a las nuevas tecnologías.
    Me levanté, algo ladeada por los sillones, y conseguí llegar hasta el final del pasillo junto a los demás espectadores. Parecía que era la única que se encontraba inmersa en sus propias reflexiones. Multitud de voces resurgían de la nada, y se alzaban conforme llegábamos a la salida. Varias mujeres mayores se me acercaron y comenzaron a preguntarme si me había gustado la película. Entre risas y escándalos, llegué hasta el punto de encuentro con mis familiares al final de la sala.
    -¿Qué tal te ha parecido la película? Pareces seria… te dije que debías haber entrado conmigo a la de risa. ¡Tú y tus ganas de ver películas sobre guerras! –Una sonrisa se escapaba de sus labios de manera infantil.

    Observé su mirada con atención y, a continuación, mi alrededor. Un orgullo se apoderó de mí. Un tipo de aceptación, de satisfacción me envolvió. “Lo había conseguido”. Al fin y al cabo, las películas que ahora filmaban eran de guerra, ¿y qué mejor que una para dejar atrás el pasado y sumergirme en una nueva era…? 


Eva Lermas Fernández

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