Mi demonio


Sentada en la barra del bar miré, expectante, al grupo de rock que tocaba en la tarima. Con unas copas de más, no sabía si mi visión se volvía borrosa por el alcohol o porque las lágrimas salían sin aviso de mis ojos color canela. Sin embargo, la humedad de mis mejillas afirmaban la segunda opción. Me pedí otro whisky, sin creer, todavía, que quién tenía a mi lado era el mismo hombre que hace veinte años. El mismo al que pegué un buen puñetazo en la cara cuando intentó tocar a mi madre. Ese mismo individuo que llegaba a casa todas las noches drogado y borracho hasta la médula.

Una parte de mí se alegraba de que no me reconociera. ¡Habían pasado veinte años desde entonces! Lo poco que supe de él después del incidente es que lo ingresaron en un centro de desintoxicación. Al cabo de los meses, una vez "espantado" el mono a la droga, lo ingresaron en prisión por homicidio.

Creo que nunca podré olvidar lo que sentí esa noche. Lo que vi con mis propios ojos y lo que ocurrió después. No podría perdonar lo que hizo... 
Y mientras se paseaba todo el pasado por mi mente, mis manos comenzaron a sentirse nerviosas, tensas. Iba a volver a simular el mismo episodio de aquel día. Mi puño quería volver a sentir su mandíbula y que la sangre de su nariz salpicara, otra vez, la pared blanquecina. Debía calmarme, o ese hombre al que una vez llamé padre acabaría por reconocerme.

Acto seguido, oí una voz familiar mientras me tocaban el hombro. Era él, que me invitaba a una bebida bien fría mientras sonreía. ¿De verdad estaba intentado ligar conmigo? ¿Mi propio padre? Es verdad que habían pasado bastantes años y había madurado. Incluso cambiado físicamente, ni era tan joven ni guapa como antes. Ahora era una mujer de 37 años algo demacrada por las situaciones personales y los años no pasaban en balde. Pero mi padre... él no había cambiado. Quizás su cara había envejecido más de lo normal. Las arrugas también comenzaban a marcarse, y el deterioro de la vida nocturna se había apoderado de él. Aún así, su mirada seguía siendo la misma. Hasta el corte de pelo era el mismo de la última vez que se vieron. 

"Este hombre no cambiará nunca"- Pensé, enfurecida. Sin embargo, lo único que salió de mis labios fue una afirmación rotunda.

-Sí, claro. Acepto tu invitación.

Al parecer, mi interior quería saber más sobre él. Físicamente era el mismo, pero, ¿él, como persona, habría evolucionado, mejorado? Tenía que comprobarlo antes de salir por la puerta del bar.

Y allí estuvimos, varias horas hablando de música, de medicina, de deporte. La realidad me asombró, parecía un hombre nuevo. Un sensación de alivio y añoranza me inundó el pecho. No pude evitar las palabras que salían por mi boca.

-¿Y tu familia? Estarás casado supongo. ¿Tienes hijos?

¿Pero qué había hecho? Podría darse cuenta de inmediato si hacía más preguntas sobre su familia.

-Sí, lo estuve. Y mi hija... -Parecía acongojado. Sus ojos comenzaron a enrojecer.- Bueno... podemos resumir que ahora mismo no tengo familia. La cagué, mucho. Y perdí todo lo que tenía.

-Ah... Bueno, seguro que algo podrás hacer. Quizás no esté todo perdido. -Mi cuerpo me decía que me acercara, que le abrazara. Que le dijera que allí estaba ella, perdonándole, y que comenzarían una nueva vida. 

-¡Me arrepiento tanto...! Sobretodo por mi hija. Tengo una foto en la cartera, ¿quieres verla?

Asombrada, afirmé con la cabeza. ¿De verdad, después de tantos años, seguía teniendo una foto mía? No podía creerlo, pero allí estaba él, y parecía ciertamente arrepentido.
Sacó la cartera del bolsillo y, acto seguido, una foto en la que aparecía una familia. Una mujer morena, un hombre sonriente y una niña muy parecida a su madre.

-¿Est.. esta es tu familia?- Increíble, no podía creerlo. 

-Sí, mi pareja Adriana. La conocí en un concierto de rock; y mi hija, Sanah.

Aquellas personas no eran mi madre y yo, ¡era otra familia! La densidad de mi ira aumentaba por décimas de segundo hasta tal punto que no pude (otra vez) evitar todas las palabras que bullían sin control.

-¡Te lo mereces! Eres un hipócrita, borracho y drogadicto. ¡Has vuelto a hacer lo mismo! Que se hayan ido, que te hayan abandonado es lo mejor que han podido hacer. ¡No aparezcas nunca más por sus vidas! Ofréceles ese regalo si tanto las quieres.

-Pero... de qué demonios hablas...- Sus ojos se agrandaron de inmediato.

Sin darle opción a defenderse física o verbalmente, mi puño ya se situaba en su cara con la misma intensidad que la anterior.

-¿Esther...? -Tirado en el suelo con la cara enrojecida, no cabía en su asombro.

-¡Eh! ¡Fuera de aquí! Discusiones en la calle, no en mi bar. -El dueño venía en mi dirección.

Yo, decidiendo volver a pegarle o dejarlo estar, me hallaba temblorosa de rabia a su lado. Y me vinieron visiones de mi pasado. Y caí en la cuenta que si seguía con esta actitud sería como él. O me convertiría en él. Una persona bebida que era dominada por la rabia.

-Vete a un lugar donde no te encuentre. Es tu última oportunidad.- Le dije intentando entrar en calma. Lo miré seria y con agresividad.- No soy como tú. Me das asco.

Y me largué de aquel antro, con el mi padre tirado en el suelo ensangrentado. La copa de whisky seguía en la mesa a medio beber; y el grupo seguía tocando, ignorantes al acto cometido. El rock era lo único que me calmaba, pero también era un lazo que me unía a mi padre...

Lara Evems



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