Un diminuto corazón
El pequeño corazón
sonreía, pues la mujer de sus ojos le había dado la mayor alegría del mundo. Un
sí a la pregunta tradicionalmente conocida como la más deseada, había sido la
causante de tremendo esplendor. A su vez, el diminuto corazón latía rápido,
impetuoso. Los nervios comenzaron su danza, dotando al chico de unas gotas de
sudor. La mente, abierta ante tal respuesta, no sabía si botar de alegría o
caer, rendida, ante tan alta presión.
Su cuerpo vibraba al son
de los sonoros latidos de su corazón. No se sabía que ocurría en el interior de
aquella bolsa acuosa y viscosa. De lo que sí estaban seguros los padres, es que
su bebé seguiría en camino, y una ilusoria patada en la barriga de la madre
hizo brotar unas lágrimas de alegría.
Lara Evems
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