¿Todo es perdonable?
Creí
en las falsas promesas hasta arder en el infierno. Pensaba que todos nos
equivocábamos, que no éramos perfectos. Aguantaba una y otra vez cada derrumbe
de las personas más allegadas. Sufría, sí, pero placenteramente, creyendo que
todo lo que hacía era por un bien mayor. Si padecía, si salían heridas en mis
cicatrizadas manos, sería por el bien de los demás. ¿Qué más daría una tristeza
mía si el objetivo era divertir a los demás? Y así pasaron los años; esperando
que alguien me valorase, me amase y me hiciese sentir como verdaderamente me
merecía. Sin embargo, mi mente nunca rechazó a las personas que me hicieron
tales llagas en la piel. Es más, mis últimas palabras fueron: os quiero mundo.
Lara Evems
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