Limón y fresas

Aún notaba resentidas mis piernas. Mi cabeza seguía dando vueltas a causa del placer que me había proporcionado esta nueva experiencia. Notaba en el ambiente un ligero olor a limón con trazas de fresa. Y todo ello me recordaba tan gozoso momento; creo que nunca me había sentido tan llena y satisfecha. Podría decir que me sentía segura de mí misma, cosa que no experimentaba desde hacía tiempo. ¿Había sido por aquella situación tan novedosa, o simplemente me sentía realizada? Amada, o no, por un hombre tan atractivo que sólo pensaba en mis cuidados, Damián quería satisfacerme en todos los sentidos. Y claro que lo había conseguido. Había logrado lo que otros hombres no podrían ni imaginar.
Otra vez esa fragancia a limón y fresas me sacó de mi ensimismamiento sexual. Recordar a Damián me provocaba un calor interno que no podía remediar. Y ese olor… ¡qué buen rato pasamos! Recuerdo que las fresas comenzaron a rozar mi cuerpo y, tras ellas, la lengua juguetona de este hombre me incitó una agradable sensación. Aún me sonrojaba al mencionarle. ¿De dónde había salido este semi Dios, capaz de provocar tan grandiosas sensaciones a una mujer? Deberían de existir más hombres como él. ¿Dónde se habían metido todos ellos?
Aún recostada en la cama, miré a mi acompañante, desnudo sobre el colchón rojizo. Mi sonrisa ante tal recuerdo evocó una subida de temperatura en mí que solo podría remediarse con otro acto similar. “Si lo despierto, ¿querrá volver a hacerme suya? Lo intentaré.”
Le susurré al oído cosas inimaginables, le rocé la espalda con la yema de los dedos suavemente. Y, por último, le lamí el lóbulo de la oreja sensualmente con tal de que, tanto su zona íntima como él, realizaran cualquier estímulo de actividad. Y surgió efecto. Damián, con una sonrisa juguetona en la cara, dio media vuelta en mi dirección con el objetivo de macharcarme. Volvería a torturarme sensualmente, excitando mis sentidos para un mayor placer. ¿No era eso lo que había querido, despertando a este hombre? Pero un breve temblor de cobardía surgió tímidamente en mi labio, pronunciándose un insignificante tic en la comisura. Sin embargo, aquel temor se transformó rápidamente en excitación con el simple roce de Damián. Él sabía perfectamente lo que yo deseaba, y lo que, en realidad, necesitaba. Otra vez ese olor a fresas y limón confundió mis sentidos. ¿Volverá a rozarme con estas frutas naturales? Mi boca advirtió un cierto sabor a nata con la que trazó un camino sobre su cuerpo desnudo. Salivé con ese recuerdo tan glorioso y excitante. Pero esta vez no se presentaban los hechos como antes, no satisfaría mis deseos tan pronto. Por el contrario, una cuerda de cuero con pelo negro parecía ser la protagonista esta noche. Sin rechistar, dejé pasivamente que me la colocara sobre los tobillos, proporcionándole seguridad y mandato. ¿No consistía en eso? Yo, por el contrario, disfrutaba de mi pasividad, dejando que me dominara y experimentara con total confianza. Damián, mirándome ansioso, dejó ver tras de sí una fusta de igual material que las ataduras. Sus ojos parecían bolas de fuego capaces de derretir cualquier glaciar que se presentase ante él. Podía vislumbrar en ellos lo que sucedería después; tenía ante mí unos ojos grandes y atrayentes, parecían bolas de cristal con las que adivinar un futuro inmediato…


Un agudo sonido sonó trepidante en la cocina. Aquella maldita tetera me había sacado de mis ensoñaciones. Sudando en el sofá con un libro en la mano, caí rendida ante tan tempestuoso sueño. ¡Cuando estaba en lo más interesante! Mi corazón palpitaba excitado por lo ocurrido, mientras mi mente divagaba por última vez ante tal fantasía. Mirando el libro que había caído de manera horizontal sobre mi cuerpo, decidí que no volvería a leer Cincuentas sombras de Grey antes de ir a la cama, ni tampoco cuando preparase mis tés de limón y fresa rutinarios.

Lara Evems 

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