El poder del llanto
Yo
la amaba con toda mi alma., pero ella no parpadeaba. Hasta hace unos minutos
todo iba genial, unos llantos de expresión e histeria se unieron a los míos de
alegría y diversión. ¡Qué criatura más preciosa! E iba a ser toda mía. Mis
manos ya temblaban por el simple hecho de poder abrazarla, de poder sentir por
primera vez su aliento en mi pecho, sus llantos cada mañana. Yo la cuidaría
cada minuto de mis días, ¡hasta el fin de los tiempos! Me prometí una y otra
vez en el momento de conocerla.
Un
aire de complacencia, amor y confort se adueñaron de mi corazón como nunca
antes lo había hecho otra persona. No sabía que estas sensaciones pudieran
existir, ¡y mira ahora! Ensimismada mirándola, observando detalladamente su
cuerpecito desnudo, sus enérgicos movimientos, con los que había determinado
una vida de fuerza y valentía.
Pero
ahora no reaccionaba. Ella no parpadeaba… su gimoteo había desaparecido; había
dejado paso a un centenar de voces masculinas y femeninas que decían, altaneras,
que algo iba mal. ¿Pero qué problema había? Nadie me miraba a la cara; puede
que por evitar una pronta calamidad, puede que por no dejar ver la tristeza de
sus caras, que comenzaba a invadir la sala. Y yo, suplicando una explicación,
suspirando todo el aire de la estancia, que parecía desaparecer por momentos,
les gritaba que me dejaran ver al amor de mi vida. Pero las alarmas se
encendieron cercanas a mi camilla, y una cortina blanquecina me impidió
visualizar qué había más allá de esas nubes que entorpecen ver el sol. Fueron
momentos de tensión y deploro. No quería imaginar qué podía haberle pasado a mi
niña; prefería no saberlo, ¿o sí?
En
el mismo instante que decidí levantarme de la camilla, las cortinas se abrieron
abiertamente, unidas a una mano temblorosa. De pie ante el hombre que me había
ayudado, no tuve más que mirarle a los ojos para saber lo que sucedía. No
lloré; la tensión y malestar que tenía dentro de mi corazón habían ocupado cada
rincón de mi felicidad, de mi amor o ternura. No habían dejado hueco para nada
más, ni si quiera para extraer esa tristeza y melancolía con unas gotas
amargas.
No
pude, no. Como tampoco quise acercarme al lugar que me indicaban. Había
encontrado al amor de mi vida, y tan pronto se había ido… No quería enfrentarme
a la realidad con tanta rapidez. No quería, no podía… pero mis pies comenzaron
a dar pasos lentos. Intranquilos, se aproximaban al lugar de los hechos, allí donde todas las
inocentes almas se hallaban por unas horas hasta poder desaparecer en paz. Y
allí la vi. Su cuerpecito desnudo, sus extremidades durmientes, mis párpados
descansando plácidamente. Puse mi dedo entre sus manecitas aún templadas. Era
tan preciosa…
El
silencio conquistó la sala durante unos minutos, los cuales se manifestaron
eternos para mi mente delirante. Creí notar que varias gotas recorrían mis
mejillas cuando lo oí. Un grito desgarrador y suplicante había dado comienzo a
una nueva vida. El calor que parecía desaparecer poco antes, había dado un giro
enorme. Los médicos, decaídos por el suceso, dieron un salto, asombrados por la
presente realidad. Mis ojos se abrieron
de par en par, expectante ante aquel suceso. Por fin mis lágrimas cayeron
rebeldes; por fin pude llorar plenamente, pero esta vez, de alegría.
Lara Evems
Comentarios
Publicar un comentario