A una hora exacta

Mi corazón palpitaba extremadamente deprisa, pero no me importaba. Sabía que lo hacía por una buena razón. Es más, la mejor razón del mundo; el motivo de mi existencia. Y corrí por las calles de Madrid, como si no hubiera nadie a mi alrededor. No me percaté del autobús que salía a las 20.00 hacia una nueva parada, no me fijé en aquel tendero que limpiaba los cristales de su íntimo comercio. Me hallaba solo, en un mundo de ilusiones y posibilidades. ¿Pero qué más da? Al fin y al cabo, el motivo de mi vida acabaría yéndose en un tren sin marcha atrás. Se iría para no volver. ¿Cómo había sido tan estúpido de dejarla marchar?

No podía permitirlo, y por eso, mi rápida actuación ante su ausencia. Mis vaqueros no cedían tan ágiles movimientos, aun así, mi cuerpo y mi mente no se permitían dejar escapar la única ilusión que tenía. Y corriendo por las calles en dirección a la estación del tren, observé a una pareja en su parcial intimidad. ¡Cómo se exteriorizaba su amor! Se fundieron en un largo y profundo beso. Sus abrazos fueron armonía pura frente al entorno tan áspero y urbano.

Mis piernas, débilmente, ralentizaron su marcha. Estaba claro que me recordaba al amor de mi vida en aquella perfecta pareja. Parecía incluso que esa mujer de pelo castaño era Pilar. ¿Y su amante? Un momento… ¿ese no es mi hermano? La desesperación me inundó por completo al presenciar la infidelidad más dolorosa. Las lágrimas surgieron sin avisar de mis sorprendidos ojos verdes. Y por aquella razón fui en su búsqueda. ¡Sabía que me estaba engañando! La muy golfa me había hecho creer que no llevaba razón cuando me contaron su infidelidad. ¡Fui tan tonto  que la creí! Pobre de ella cuando la pille, ahora, in fraganti… ¿qué escusa pondrá ahora?

Y me fui acercando hacia la pareja que aún se hallaba en medio de su amorío. Situándome detrás del que creía ser mi hermano, le cogí fuertemente del brazo con un grito desgarrador. Pero toda mi valentía e ira se fundió en confusión y tristeza cuando es hombre se dio la vuelta con cara de dolor. Unos ojos azulados se posicionaron frente a los míos, asustados. El breve grito de temor de aquella joven me sacó de mi ensimismamiento y obsesión de infidelidad. Aquélla no era Pilar, como tampoco mi hermano era su acompañante. ¡Quizás tuviera razón mi amada cuando me abandonó! Puede que necesite ayuda psicológica, pues solo veo infidelidades ante mis ojos. ¿Hasta dónde iban a llegar mis celos? Casi agredo a una pareja indefensa a causa de mi extrema obsesión. Debí confiar en ella, no dejarla escapar… Pilar…

Observé un reloj en lo alto del edifico dictándome la hora en la que me encontraba. Ya eran las 19.55, y mi querida Pilar saldría velozmente de esta ciudad, ignorante de mis hechos. Debía llegar antes de su marcha. Quizás pidiéndole perdón y explicándole mi arrepentimiento consiguiera su retorno. A lo mejor sigue sintiendo ese amor por mí, y logre que me perdone.

Sólo existían los “quizás” en mi cabeza, dándome vueltas de manera vertiginosa; me provocaban náuseas… Pero mi fuerza de voluntad consiguió que me recompusiera y corriera, otra vez, hasta la estación de tren. Una pared blanquecina con toques amarillentos, singular por el paso del tiempo, fueron los predominantes en una estación que se situaba casi vacía. Me subí a un banco situado cerca de la puerta para poder tener una mejor visión del lugar. Visualizando entre la gente de la terminal, no conseguí averiguar el paradero de mi amada. ¿Habría subido ya?  Los pasajeros comenzaron a entrar por una pequeña puerta hacia el interior del tren con rumbo a… ¡No tenía ni idea a dónde iban esos trenes! Como tampoco sabía en cuál de ellos estaría Pilar.

La ansiedad comenzó a adueñarse de mí a cada segundo que pasaba. Decidí preguntar al hombre de control sobre el destinatario. Quizás supiera, gracias a algún detalle, dónde había preferido ir mi amada. “A Barcelona el tren 1, a Alicante el tren 2”. ¿Barcelona y Alicante? ¿Dónde iría Pilar? Las dudas comenzaron a alborotarse nuevamente en mi cabeza. Al final concluí por Alicante, y avancé hacia los blancos vagones. Pero el pitido de salida me sorprendió muy cerca de la puerta, que ahora se cerraba ante mi persona. A los pocos segundos, el tren 2 comenzó lentamente su marcha.

Antes de alejarse el último vagón, me percaté de una cabellera castaña. Tal mujer dio media vuelta observando aquella estación por última vez. Unos familiares ojos marrones se encontraron con los míos, diciéndome “adiós” con sus pupilas oscuras. Y el tren en dirección Alicante se desvaneció ante la oscuridad de la noche. No pude olvidar aquella sensación de abandono y soledad… Había llegado tarde. Si no me hubiera parado con aquella pareja. Si no fuera un obseso del control y hubiera confiado en ella. Si me hubiera dejado llevar más por mis sentimientos que por la razón, no la hubiera perdido.

Así estuve varios minutos, de pie, mirando al infinito. Creyendo que ese tren volvería a la estación, que daría marcha atrás. No fue así.

Metí la mano en el bolsillo de mis vaqueros para sacar la cartera. Fui a la taquilla, mirando a la dependienta con decisión: Deme un billete hacia Alicante, por favor. Mi alma y corazón se ha ido con ese vagón, quisiera recuperarlo

Lara Evems

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