La mujer en la literatura del siglo XVIII

La mujer no ha tenido voz durante la historia de España en ningún ámbito, y mucho menos en política. Es durante el siglo XVIII cuando esta visión de inferioridad hacia la mujer comienza a cambiar en la literatura, suceso bastante revolucionario, puesto que en otros ámbitos, las mujeres seguían sin tener derechos.

Gracias a los ilustrados, se cuestionó el papel de la mujer en la sociedad, dotándola de importancia equiparándola al valor del hombre. La literatura tuvo mucha importancia en este hecho, ya que su difusión fue clave para el conocimiento y crítica de los derechos de éstas. Todas estas nuevas cuestiones que se realizaban sobre el papel de la mujer determinaban una necesidad de educación hacia ésta con el fin de ser útil al Estado.
Durante el Neoclasicismo, la visión de la mujer se equiparó a la del hombre, no sin antes idealizarla dotándola de heroísmo, es decir, la mujer como guerrera, fuerte e incluso con la misma fuerza física. Cabe mencionar que, aunque son ciertas estas características, en muchos casos exageraban ciertos detalles, como por ejemplo la fuerza física equiparable o superior a la del hombre. Se trataba de una idealización puramente literaria; aun así, el público femenino lo apoyaba, puesto que, este hecho, suponía la igualdad de sexos.
Por su parte, los ilustrados rechazaban, en cierta medida, esta nueva temática de escritura feminista porque atentaban contra la verosimilitud y realidad de la sociedad. Un ejemplo de ello sería la vestimenta utilizada en las obras de teatro por parte de las actrices, donde era cabida la utilización de ropajes masculinos.

En cuanto a los temas, el maltrato de género (abusos físicos) o los abusos de autoridad por parte del marido o padre también fueron tramas clave en la literatura del siglo XVIII. De esta manera, en la obra El delincuente honrado de Jovellanos, podemos observar los sufrimientos de la protagonista, Laura, por parte de su primer marido, el marqués de Montilla.
Tal polémica revolucionaria a favor de la mujer se inició a mediados del siglo XVIII con el discurso de Feijoo, “Defensa de las mujeres” (1726), donde buscaba refutar los argumentos tradicionales sobre la inferioridad de la mujer por causas genéticas, al igual que los mismos hallados en la Biblia. Después de toda esta búsqueda, los autores neoclásicos decidieron apoyar a la mujer como persona activa y útil para el Estado, ya que se consideró que también poseía características bastante calificativas de manera positiva. Por tanto, en la literatura española del siglo XVIII encontraremos como protagonista a una mujer fuerte, jefa de su casa y madre de familia. Además, como tradición en la historia, la idea del hombre no sería peyorativa. Así pues, el conjunto de mujer honrada junto al marido ideal, formaron una visión de perfección como símbolo de ejemplo a seguir.

A pesar del gran paso para la mujer, en cuanto al ámbito cultural, muchos de los defensores de la vida activa de éstas rechazaban la semejanza entre el hombre y la mujer, puesto que seguían concluyendo que su ámbito debía ser el doméstico y a la educación de sus hijos. Se obtendría una visión de superioridad en su labor, sin salir de la subordinación masculina.  Un ejemplo de esta idea sería la que Rosseau nos propone en  Emilio o la educación, de 1762:

El destino especial de la mujer consiste en agradar al hombre […] Toda educación de las mujeres debe estar referida a los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando niños, cuidarlos cuando mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles grata y suave la vida, son las obligaciones de las mujeres de todos los tiempos y esto es lo que desde su niñez  se les debe enseñar.

Sin embargo, los discursos frenéticos de Feijoo a favor de la mujer ponen en declive esta tradicional visión de inferioridad de la mujer. Para ello, busca como aliada la ciencia y la historia, y pone de manifiesto el hecho de que las mujeres y los hombres no son equiparables en la misma medida, puesto que contienen diferentes cualidades, pero igualmente necesarias y válidas. Además, se halla a favor de la comunicación femenina, pues su ignorancia hacia los diversos ámbitos es causada por la desinformación y reclusión a la que las tienen sometidas.


En conclusión, podemos observar un breve progreso hacia la vida activa de la mujer. Con ello, un gran paso fue el hecho de utilizarlas como protagonistas en la literatura del siglo XVIII, dotándolas del heroísmo que hasta entonces sólo los hombres habían poseído. A pesar de estos pequeños, pero constantes progresos, sobre el papel de la mujer en la sociedad, su labor principal sería, principalmente, el doméstico. Aun declarando la utilidad de la mujer y difundiendo, gracias a la literatura, su grandeza e igualdad, muchos de sus contemporáneos del siglo XVIII seguían rechazándolas por “ser inferiores”. ¿Hasta dónde llegaría la sed de poder masculina y machista que triunfó en la historia de España? ¿Por qué debía ser la mujer inferior al hombre sólo por cuestiones religiosas? La invención de las causas genéticas y de inteligencia ya fueron engaños que se transformaron en tradición, formando una realidad subyacente. Incluso en la actualidad siguen observándose pinceladas de esa superioridad, no comprendiendo que estamos en el siglo XXI, y que la soberanía masculina quedó atrás.

Lara Evems

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