Al anochecer

PROSA POÉTICA

Asombrado te observé salir de allá donde no debías. Acompañada de unas viejas vestimentas te balanceabas sobre la pradera verdosa, tan plácida y armoniosa, vislumbrando el alrededor como si tu último día fuera. Y allí me percaté de tu sabiduría y belleza, con ese ropaje blanquecino que contrastaba con tu piel pálida. Una muñeca parecías, con el rostro de porcelana, donde la tristeza nunca podrá combatir a la alegría. Pero tu sonrisa desaparecía en cuanto la luz del sol amanecía por lo alto de la colina. ¿A dónde vas, hermosa mujer, con tanta prisa? Y en un instante desaparecías junto a tu hermosura, abandonándome a mi suerte, allá donde no debía.

Y pasaron las noches en los que recé tu regreso. En cada amanecer, tu rostro aparecía ante mi persona, ofreciéndome una sonrisa, dotándome de aquella alegría que tanto te caracterizaba. Pero mi vida se consumía ante tal desgracia, pues en cada rayo de luz solar tu cuerpo se ausentaba. ¿A dónde vas, hermosa mujer, con tanta prisa? El alrededor se marchitaba a cada paso que yo me adelantaba hacia ti. Pero tú allí te hallabas, pensativa ante la vida, con aquellos ropajes blanquecinos que tanto te caracterizaban. Observando una lápida junto a un pañuelo de marfil, unas lágrimas en tu rostro se desplomaban. Pero a tu lado me acerqué, ofreciéndote mil palabras, mil promesas que no sabría si cumplir. Porque tu sonrisa me deleitaba, y tu belleza me enamoraba. Y por cada anochecer tu persona asomaba de aquellas raíces tan hermosas, que te hacían desaparecer a cada amanecer. ¿A dónde vas, hermosa mujer, con tanta prisa? ¿Es que no comprendes que estoy enamorado, de tan fatídico estado? Pero aquella mujer tan bella no me escuchaba, solo sonreía ante la vida, observando mi osadía ante su persecución.

Y conseguí acostumbrarme a tal horario; dormir en los días y despertar al ocaso. Provoqué dejar mi trabajo a un lado. Pero no me importó, pues de ella estaba enamorado. Y desde mi cabaña la vigilaba todas las noches, desviándose de su camino solo para observar una lápida de antaño. Con su pañuelo de marfil lloraba a su familiar caído, rezando por su alma, para que no se alejara de su camino. Y con ella, toda la naturaleza florecía y un ambiente de calidez aparecía, el cual se escondía al amanecer. Sin embargo, yo me envalentoné, yendo a buscarla al lugar donde no debía, para preguntarle sobre sus visitas y si algo le sucedía. Pero aquella hermosa mujer no me escuchaba, solo sonreía ante la vida, observando mi osadía a preguntarle que le acaecía. Pero hermosa mujer, ¿es que no comprendes que estoy enamorado, de tan fatídico estado?

Y con el paso de los días, se hizo más fuerte mi valentía. Mis noches parecían días, y sabría que mi trabajo no hacía, pero no me importaba, pues de tal mujer enamorado estaba. Y una noche cualquiera me acerqué al lugar donde no debía y volví a preguntar a tal hermosura si algo le sucedía. A mi asombro, aquella doncella me respondió a tal cuestión:

A un mundo muy lejano yo pertenezco, viniendo a visitar mi alma cada noche hasta el fin de los tiempos.


Y tras su aclaración me percaté, que en aquella lápida aparecía un nombre de mujer. Y como cada día hasta entonces, junto al anochecer, su sonrisa vi desaparecer. Con lágrimas en los ojos, allí la esperé hasta el próximo atardecer.

Lara Evems

Comentarios

  1. Sin duda de una calidad tremenda. Muy bonita, original y sorprendente.
    Ya lo había leído, pero volverlo a leer solo me produce la misma sensación de fascinación y satisfación por igual.

    Enhorabuena!

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