Feliz mundo de fantasía

Allí sola, tirada en la cama. Marta se sentía inútil, inerte ante las reacciones del corazón. Meditaba sobre cuál habría sido su error. Un fallo que le afectaría toda su vida, persiguiéndola en la noche, como tigre que acecha a su presa tras su escondite. Así se hallaba ella, perseguida por la humillación, por el delirio. Su corazón, hecho trizas, intentaba propinar sus últimos coletazos con la intención de sobrevivir. Pero su enorme dolor conseguía ocultar las cosas buenas de la vida.

Con un libro en la mano, intentaba ausentarse de la realidad por un tiempo, introduciéndose en la historia de su obra. Tamara y el mundo mágico se titulaba; un género que a Marta le encantaba, pues los sentimientos fluían sin piedad, dotándolos de armonía junto a un mundo que era capaz de cautivarte, la fantasía.
A causa de la tristeza que reinaba en su interior, Marta comenzó con un dolor de cabeza intenso, por lo que decidió medicarse. ¿Uno, dos, tres…? ¿Qué más da? Al fin y al cabo se encontraba vacía por dentro. Acto seguido, prosiguió su lectura. La protagonista era una adolescente que habitaba en un reino mágico. Había podido cruzar a este mundo, introduciéndose desde su mundo real, traspasando una puerta oculta en el desván de su casa.

Marta devoraba este libro, pues creía ser ella misma la protagonista, disfrutando de esa naturaleza tan perfecta. Demasiado tiempo estuvo pidiendo que su mundo cambiara; su deseo finalmente se cumplió.
La joven se introdujo en el interior del libro. Y siendo parte de la historia, comenzó a realizar las mismas peripecias que Tamara como compañera de ésta. ¿Esto era lo que se llamaba felicidad? Tranquilidad, alegría y armonía con la naturaleza. ¿Qué más podía pedir?

Pero un reflejo de Marta se vislumbró en el infinito. Una capa de nubes se abrió en aquel cielo de fantasía, dejando paso a una imagen aterradora. La misma imagen de la joven, recostada en la cama con un libro sobre ella. Sus brazos transmitían dejadez, inertes partes de un cuerpo que antaño habían sido transmisoras de amor. Sus ojos se percibían sellados, descansando felizmente. A su lado, un bote de pastillas  donde otras tantas se hallaban esparcidas por la mesita. Un último suspiro dio cabida a que sus ojos se entreabrieran. La joven, mirándose desde el mundo de fantasía, conectó con su mirada real, la cual le transmitió innumerables sensaciones, sumándose a éstas otras tantas que habían permanecido en su recuerdo esa noche. Después de tal pausa, la joven prosiguió su camino junto a Tamara, comprendiendo que aquélla sería la última vez que se contemplaría a sí misma.

Los ojos de Marta concluyeron con cerrarse, quizás para no abrirlos nunca más.


Lara Evems

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