El secreto sin retorno, parte 3

CAPÍTULO 3
Despertó en una habitación a oscuras. Extrañada, levantó la mirada hacia su alrededor creyendo estar de nuevo en su propia casa. Se encontraba tumbada en una cama de matrimonio, cuya cabecera era enternecedora; sábanas de terciopelo envolvían su cuerpo desvestido. Una mesita vacía predominaba frente a la abundancia de objetos desconocidos esparcidos por el suelo.
-¿Dónde me encuentro? Este no parece ser mi cuarto –Pensó en voz alta para autoconvencerse de la normalidad.
Observando completamente aquel dormitorio desordenado, vislumbró su vestido azul colgado en la silla del escritorio. Cercano a éste, pero sin visibilidad, se encontraba su ropa interior roja retorcida de manera enérgica.
-No me lo puedo creer. Debía de estar tan bebida que tuve que desnudarme aquí. Espero no haber hecho ninguna barbaridad… -Meditaba Aris, aún recostada en aquel colchón tan cómodo.- Al fin y al cabo, parece que las sábanas de terciopelo me han arropado lo suficiente como para no pasar frío.
Minutos después entendió lo sucedido. A su lado, una mano enorme apareció agarrándola cariñosamente. Notando caricias y tiernos besos en su cuerpo desnudo, arrancó la sábana que la cubría, y saltando de ésta rápidamente, intentó taparse mínimamente con ella fuera de aquel lugar.
Aris se encontraba tensa. Al igual que su tez tenía un color similar al de las paredes: blanquecinas; sus ojos se ladeaban de tal manera que creía desmayar. No comprendía lo sucedido en aquella habitación, más aún no  sabía cómo había sido atraída hasta allí.
Asustada, lanzó un grito aterrador capaz de despertar a cualquier ebrio. Y en el instante de huida, fue sacudida bruscamente por el brazo, lo que concluyó con una puerta totalmente cerrada. Aris, sin contemplar el rostro de su acompañante, temblaba por la aterradora situación. “Querrá hacerme cosas… ¡No! ¿Cómo he podido? Tengo que huir de aquí”, imaginaba aún con sus ojos sellados por el pánico. Debía preparar un plan, una fuga lo antes posible…
-Aris, soy yo. Soy Carlos, tu compañero de clase. ¿Qué te ocurre?
Sobresaltada por aquella voz conocida, abrió sus preciosos ojos miel observando, que realmente, no corría peligro. Todos sus recuerdos habían recorrido sus pensamientos en estos momentos de pánico. Se encontraba paralizada por aquel acto tan desafortunado, sintiéndose ridícula y avergonzada a su vez. Aris se sentía verdaderamente abochornada, como si de una niña pequeña se tratase. Solo imaginaba estar acurrucada en su preciada cama ocultando su rostro ruborizado bajo las sábanas.  
-Eres tú…  Carlos, ¿qué ha ocurrido? Dime, por favor, que no hemos hecho nada. –Le suplicaba con la mirada afligida. –¡Dime que me has respetado! ¡Era virgen, Carlos!
Comenzaron a aparecer pequeñas lágrimas en su rostro, llenando, segundos más tarde, su cara de aquellas gotas suplicantes.
Sí, Aris nunca había practicado el sexo. Creía en el amor; y quería que su primera vez se realizase con alguien especial. No podía haber cometido el error de haberse acostado con un amigo, y menos aun ebria. Esto no le podía estar ocurriendo.
-Aris, no nos hemos acostado. –La observaba con ternura. La entendía perfectamente; conocía los pensamientos de una mujer respecto a su virginidad. La comprendía a ella.- No quisiste, y yo no te obligué. Eso no significa que no me atrajeras. Tuve mi oportunidad pero te respeté. Pero esta mañana creí que te habías decidido… como estabas moviéndote un rato entre las sábanas…
Entendió su reflexión. Sollozante, sintiéndose tranquila y en paz consigo misma, determinó que debían vestirse y salir de esa horrenda habitación, la cual sólo le traería oscuros recuerdos. Decidieron, por tanto, que su secreto necesitaba estar oculto; por la intimidad de Aris, y por la masculinidad del mismo Carlos.
-Tráeme, por favor, mi vestido. ¡Y mi ropa interior! – Pudo articular Aris como última petición, sonrojada.
Y en aquellos momentos, indicándole la dirección de su vestimenta, recordó algo intenso. Momentos sobrecogedores y placenteros llenaron su mente de imágenes. Suspiros y gemidos comenzaron a alborotar el juicio de Aris. No encontraba en aquellas sensaciones crueldad; por el contrario, la diversión y el gozo eran sobrenaturales. Esos recuerdos nublaron la mirada de la joven, entendiendo lo sucedido la noche anterior. En esos momentos, Aris no se sentía ridícula, ni creía haber cometido un error. Su cuerpo interactuaba con algo totalmente invisible pero que a su vez se encontraba tan cerca. Su piel, erizada, comentaba a sentir vibraciones espectaculares con solo analizar el cuerpo musculoso de Carlos. Había caído en la cuenta que aún era virgen, puesto que no habían llegado al acto sexual; pero sí habían ocurrido actos que hasta ahora creía inimaginables.
Notó un cosquilleo recorrer su espalda hasta la nuca. Si tenía esos recuerdos tan deleitosos habiendo estado bebida, ¿cómo serían aquellas sensaciones vividas en la realidad? Y mientras meditaba esta opción, habiéndose apartado de ella toda timidez, se acercó cautelosamente a su compañero.
-Ya te llevo la ropa, tranquila. No hace falta que vengas a por ella. Igualmente, ya te he visto desnuda… -dijo el joven entre risas.
Pero Aris no articuló palabra. Se encontraba inmersa en un mundo distinto. La noche anterior seguía afectando en su presente. Deseaba revivir esas sensaciones, y las quería sentir ya.
Carlos captó su mirada seductora. Aunque dubitativo, siguió la danza repleta de erotismo que la chica le incitaba. Había ganado la lucha interna; conseguiría lo que se proponía. Aris había sido su deseo desde hacía varios años, pero nunca procedió al intento de poseerla. Ahora, Carlos sabía que ella lo ansiaba igual o más que éste. Debía aprovechar el momento.
-¿Estás segura, Aris? –El joven no pudo contenerse. Sentía que el pánico sobrecogía su cuerpo; no quería abusar si ésta, a última hora, se acobardaba.
La muchacha no contestó en palabras. Su mirada desafiante lo describía todo. Su ojos color miel parecían haberse transformado en dos aros de fuego. Un fuego tan intenso como el color de las rosas; y su piel creía derretirse. Un calor sofocante dominaba sobre su razón. Y teniéndolo cerca, se abalanzó sobre su boca dándole varios mordiscos en el labio superior.
En aquellos momentos, Aris no tenía dueño. Solo su lujuria podía darle órdenes; y ésta le dictaba fundirse con aquel chico que le atraía tanto. Un joven con el que había practicado su primer sexo “inocente”.
No deseaba más, tampoco quería perder su virginidad. Solo anhelaba experimentar ese gozo que recordaba. Ansiaba sentir su lengua recorrer su cuerpo; sus besos y calor corporal. Deseaba volver a explotar, gracias a sus caricias, de placer.

     Alguien encendió las luces de la habitación. Los dos jóvenes, sin percatarse, siguieron sus juegos bajo las enternecedoras sábanas de terciopelo. Pero el acto mágico del cual disfrutaban fue interrumpido por una voz torrente que venía en una lejana dirección. Desde la puerta, un hombre vociferó el nombre de la joven con palidez en su rostro.
-¡Aris! ¡¡Aris!! ¿¿Qué estás haciendo??
La muchacha destapó su cara de aquella maraña de pelo revuelto entre su cara. El terror rebosó todo su ser. Su cara no tuvo tiempo de decolorarse pues creía estar muerta.
Su padre se encontraba ante la puerta, colérico. Su posición corporal era tensa, con los brazos en dirección de ataque. Podía percibirse, incluso, un pequeño rasgo de ataque rabioso en sus labios.
Detrás, Bárbara se encontraba encogida de hombros, sollozando ante aquella situación tan problemática. 

CONTINUARÁ

Lara Evems

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