El despertar de la conciencia, parte 3
Los
trabajadores del zoo nos amonestaron a la vez que se disculparon por el
farragoso suceso. En realidad, nosotros debimos de tener más cuidado a la hora
de vigilar a nuestros hijos. Pero aquel lugar natural también tenía
responsables que cuidaban el bienestar de los animales, y guardias que
vigilaban la seguridad de los visitantes. De igual manera, nos aseguró uno de
los responsables que sus reptiles no eran capaces de dañar por comida, puesto
que los acostumbraron, desde que eran crías, a permanecer entre humanos. Aun no
teniéndolo muy claro, ya que recordé cómo el cocodrilo relucía sus enormes
colmillos acercándose por la retaguardia, me disculpé y acepté sus disculpas.
Toda esa historia había pasado a un segundo plano, y mi hijo estaba sano y a
salvo.
En
cambio, mi mujer no había perdido el susto. Su cara aún se descubría pálida,
mientras que su voz susurraba diversas palabras, las cuales ya habían sucedido.
-Álvaro…
cocodrilos… mi hijo… colmillos afilados…
Su
cabeza daba múltiples giros entorno a su última imagen, justo antes de ir a
socorrerlo. Minutos más tarde, mi mujer nos había perdido la pista a causa de
nuestro escondite secreto. En esos momentos, Débora ya había imaginado las mil
maneras posibles de concluir la historia antes de que sucedieran. El hecho de
haber permanecido ocultos durante unos minutos había sido la causa perfecta
para que su mente delirara los peores finales trágicos.
-Débora,
cariño, estamos aquí. Estamos bien, tranquilízate.
Cualquier
cosa que le mencionara en aquellos momentos provocaba una breve discusión sobre
la responsabilidad paternal. Pero la comprendía, yo también había sufrido por
su vida. Así pues, realizando un intento de normalidad, decidimos acabar el
recorrido que nos dirigía hacia la salida. En esta ocasión, mi mujer no perdería
de vista a los niños; estaría, de igual manera, obsesivamente alerta.
Pasamos
cerca de las jirafas, animales preciosos con el cuello alargado, intentado
alimentarse de las ramas más altas. Nos miraban con cautela, intentado
averiguar si éramos amigos o enemigos. El trabajador permitió acercáramos hacia
su entorno para poder acariciarlas o simplemente observarlas más de cerca; pero
nuestra sensación de seguridad había desaparecido hace unas horas, cuando uno
de los gemelos casi es atacado por un reptil enorme. Aun así, mis hijos
quisieron acercarse sin temer lo que pudiera ocurrir.
Pero
noté un ambiente distinto, el comportamiento de aquellos largos animales no era
el mismo; en algo había cambiado. Alborotados, reclinaron hacia atrás su cuerpo
por un intento de huir; queriendo estar en lejanía. “¿Pero qué les ocurre a los
animales de este zoo? ¿Están todos locos?” Y por miedo a otro suceso
problemático, nos alejamos aun contemplándolas extrañados. Nuestra última
imagen de aquellos mamíferos consistía en un movimiento específico de sus
cuellos, como si un duelo entre machos fuera a comenzar; como si algo estuviera
por ocurrir.
Acabando
el recorrido, los leones serían nuestra última esperanza de acabar la visita
con normalidad. Esta vez no podíamos introducirnos en su hábitat caminando, lo
que nos obligó a montar en un automóvil que conduciría el guía. “Parece que
terminaremos bien la excursión. De todas formas, los gemelos no se han
percatado del peligro que hemos tenido, así que para ellos la visita habrá sido
un éxito”.
Los
leones se encontraban recostados tomando el sol en grupos de cuatro. En
paralelo, las leonas abrían abiertamente sus fauces con cansancio. “Parecían
aburridas”. En el instante en que acabé de pensar estas dos últimas palabras,
una de ellas se encaminó hacia nuestra posición. Parecía realmente tensa,
mientras que las demás producían varios sonidos aún en sus lugares de descanso.
Mi interior me decía a gritos que saliéramos huyendo de aquel lugar, algo
estaba ocurriendo en el zoo, y no parecía ser favorable. Finalmente, los leones
acudieron a la llamada de las hembras con la intención de protegerlas. Nosotros
éramos, en aquellos momentos, el objetivo.
Y
casi sin aliento, el trabajador aumentó la velocidad del automóvil hacia la
salida.
-¿Pero
qué está ocurriendo? –Confesó el trabajador.- Este comportamiento no es
habitual en ellos. Sólo cuando divisan peligro suelen ahuyentar a los
visitantes o animales. Pero vosotros no lleváis nada, ¿verdad? No entiendo por
qué…
Para
aquellos momentos, mi mente ya había volado hacia el pasado. Sí guardaba algo
en el bolsillo: el cristal. Pero no tenía sentido, esa piedra era, simplemente,
una piedra de la naturaleza que la había dotado de un físico espectacular con
toques morados. Si la que provocaba el terror en aquellos enormes felinos era
aquel cristal, ¿cuál sería la causa?
Con
cautela, decidí introducir mi mano en mi pantalón, creyendo así que me
envolvería una sensación de seguridad. En cambio, el roce de mis dedos con el
cristal fue extraordinario. No me había percatado que la piedra había aumentado
de temperatura en el interior. El calor sofocante había ocultado la sensación
de quemazón que ahora sentía brevemente en mi pierna. El cristal comenzó a
producir rápidas vibraciones por momentos. Por cada rugido de aquellos
mamíferos contra nuestra persona, más constante y feroz transmitía su
nerviosismo. Mis dedos aún se hallaban protegiendo la piedra violácea,
intentando sujetarla sin éxito. En ese instante, un efecto eléctrico sobrepasó
mi dedo índice, provocando una sacudida en mi brazo y lanzando,
inconscientemente, el cristal al terreno farragoso. Por suerte, nadie se había
percatado del suceso, pues todos estaban aterrorizados intentando huir de ese
lugar.
Creí
oportuno no recoger el cristal. Si aquella piedra era la causante de todos los
problemas, prefería no transportarla hacia casa. Comprendía que no era un
mineral normal; algo extraño y sobrecogedor portaba su interior, aquello que
tanto me había cautivado. Pero mi familia estaba en peligro. Sí, debía dejarla
allí y poner a mi familia a salvo.
Pero,
cuanto más me alejaba del terreno, el cristal más chirriaba. Parecía como si
suplicara auxilio, que no la abandonara. Y una sensación de empatía abundó mi
alma. Era una simple piedra que reflejaba su hermoso color al sol. Sin embargo,
algo inhumano me seducía hacia su posición, dándome órdenes con el objetivo de
protegerla. Así pues, dejándome llevar por mi subconsciente conquistado por
aquellas súplicas sobrecogedoras, salté del automóvil. Caí cercano a su
posición; observé mi preciado cristal y corrí en su dirección sin percatarme
que uno de los leones rugía ansiosamente ante la piedra. Por un intento de
levantarme, el león se abalanzó sobre mí, lo que advirtió a los demás de mi
ausencia.
-¡Román!
¡NO! ¡Corre hacia el coche!
Los
gritos de mi mujer parecían lejanos. Se distorsionaban con el rugido del león,
mientras que mi preciado cristal me llamaba amorosamente desde un lugar
cercano. Velozmente esquivé el ataque del león y me dirigí con obsesión hacia
el mineral, el cual se había resquebrajado por una esquina. El nerviosismo se
apoderó de mi persona, y unas sensaciones extrañas inundaron mi interior.
Caí
rendido al suelo arenado, pero un último esfuerzo por alcanzarlo produjo que mi
brazo se tensara verticalmente en dirección al cristal. Lo rocé y, como un
bebé, aquel mineral comenzó a calmar su ira y sensación de abandono. Su
temperatura bajaba por segundos. Pero mi cuerpo y mi mente no podían aguantar
más tiempo aquella tensión.
Mi
visión se nublaba. Solo percibí una voz femenina que me resultaba familiar
pidiendo auxilio. Otras dos voces infantiles se posicionaban cercano a mí
gimoteando mi nombre.
Lo
último que alcancé a advertir fue mi brazo desnudo, extendido sobre la tierra,
introduciéndose un extraño líquido morado por mis venas.
CONTINUARÁ
Deseando que publiquen más de esta novela.
ResponderEliminarEnhorabuena a la escritora.