Mis alas rotas
Mía salió de su
casa dispuesta a afrontar otro día más.
Cuando puso un pie en la calle, el sol la iluminó con tanta intensidad que tuvo
que cerrar sus preciosos ojos por varios instantes. Siempre que salía le
ocurría lo mismo y jamás se acostumbraba.
La noche
anterior había caído nieve con gran fuerza y era muy difícil transitar por las
calles, aunque la nieve empezara a derretirse. Pero eso a ella no le preocupaba.
Como tampoco le preocupaba que su casa
estuviera casi destruida, como todas las demás.
Por la noche, cuando
se acostaba, veía el cielo estrellado y
contaba todas las estrellas fugaces que pasaban por sus azules ojos
hasta que se quedara dormida. Además, la yedra había crecido por las paredes
antiguas de su vivienda y le daba cierto toque de hermosura. Los avatares de su
vida no eran nada en comparación con la de otros.
Ya fuera, y con su cesta de mimbre, dio vueltas por
todas las calles para llegar al punto de
siempre, una salida de la colonia que daba salida a un bosque. A su alrededor,
mientras caminaba, vió miseria y desesperación. Madres e hijos se acurrucaban
para entrar en calor e improvisaban pequeños fuegos para no perecer de frío. La
gente vivía como podía y muchas personas se arremolinaban en antiguas casas
derruidas y en ruinas con tal de estar un poco a salvo de las agresivas nevadas
que caían siempre. Toda la gente que vió llevaba ropa andrajosa y vieja; presentaba
un aspecto raquítico y demacrado. Mía no
cerró los ojos. Esa era su realidad. Ella vivía la misma pesadilla eterna como
toda aquella gente. Había aprendido a ser fuerte por ellos, para que nadie
sufriera, sabiendo que era una empresa imposible.
Llegó al sitio
de siempre y vio a sus amigos. Jóvenes que no llegaban ni a los dieciocho años
pero que sentían que el peso de toda la colonia
descansaba sobre sus hombros. Entonces oyeron un ruido muy familiar: dos
camiones se acercaban a la salida. Pararon delante de ellos, una mujer y un
hombre bajaron de cada camión.
-¿Sólo habéis
venido vosotros? ¿Y lo demás? -preguntó Tara, una amiga de Mia que estaba a su
lado.
-Sólo nosotros
hemos conseguido cazar algo -contestó la mujer, y los dos comenzaron a sacar la
comida, la cual fue distribuida en las cestas y carros para repartirla entre la
gente.
La mujer y el hombre se marcharon con los camiones, los cuales no se
volverían a ver hasta dentro de tres días, espacio de tiempo que tardarían en
regresar con víveres y comida que conseguían cazar en los bosques. Desde hacía mucho tiempo, se llegó al acuerdo
de que un grupo de cinco personas abandonaría la colonia en busca de alimento debido
a las heladas, que destruían cualquier cosa que brotara de la tierra.
Pero en esa
ocasión solo habían vuelto dos, con lo que había menos para repartir.
-Pues manos a la
obra -dijo un chico, Teo, un año mayor que Mía.
Mía, Tara y Teo
fueron a los barrios donde la pobreza y el hambre dio con más fuerza: el de los
huérfanos. Cuando llegaron, muchos niños corrieron a ellos con una sonrisa en
la cara. Todos esos niños eran los más perjudicados de una situación imposible.
Si los pequeños se alegraron al ver que recibirían un trozo de carne y fruta,
los tres jóvenes se alegraron aún más al ver sus caras felices, aunque solo fuera
por un momento. Los tres entraron a un gran edificio derruido, una antigua
iglesia, donde lo único que se sostenía eran las paredes que contenían
vidrieras de colores que se proyectaban en todas partes, creando uno de los espectáculos
que merecía la pena ver en mitad de esa oscura realidad. El resto de los niños
que vivían allí y que eran los más pequeños de la colonia los recibieron con
saltos y risas.
-Hay para todos,
tranquilos -dijo Mía.
En unos minutos
la tristeza y el miedo desaparecieron
gracias a la ayuda de los alimentos.
-Ojalá no
vivieran de esta forma -dijo Teo mientras los miraba.
-¿Y qué se puede
hacer? Al menos los alimentamos, y eso ya es algo -admitió Tara.
Mía les daba la
razón a ambos, pues no podía hacerse nada más. En bastantes ocasiones había
creído que se encontraban en medio de una pesadilla interminable de la
cual algún día despertarían, pero la realidad era mucho más poderosa que sus
deseos.
-Y nos tienen a
nosotros -concluyó Mía, sacando de sus profundos pensamientos a sus compañeros.
- No lo olvidéis.
CONTINUARÁ
Kaly
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