Mis alas rotas (3ª parte)

Podía parecer una egoísta por pensar de esa manera, pero en su fuero interno era lo que sentía. ¿Por qué era  así? ¿Por qué era incapaz de mostrar una sonrisa? Recordó los ángeles de la fuente, su pose de desafío, sus alas abiertas e imperantes, pero Mía tenía sus alas rotas.

-Algunas veces deseo ser libre, vivir con plena libertad y pensar que no estoy sola, pero yo…-no acabó la frase porque notó algo pequeño y frío en su nariz. Abrió sus ojos llorosos y se dio cuenta de que empezó a nevar. Extendió sus manos y vio como los copos de nieves caían a su alrededor. Sintió algo raro, una extrañeza recorrió su cuerpo. El viento susurraba a su alrededor y el canto de los pájaros se convirtió en una dulce melodía. Miró  atentamente cómo saltaban,  canturreaban y, entonces, lo comprendió.

Por su mente pasaron muchas imágenes, muchos recuerdos antiguos de momentos de su vida en los que, a pesar de todas las penalidades y obstáculos de ese mundo tan cruel que le había tocado vivir, sonrió al menos una vez y se sintió libre, como si volara, como si tuviera alas.

-Qué tonta he sido -murmuró. Lo que hacía por los niños era porque los consideraba su familia, igual que al resto. En cuanto a Teo, Mía se levantó y se limpió las lágrimas. La nieve caía a su alrededor y el susurro del viento cesó. Salió de la Iglesia y fue directa a la casa de Teo. Tocó la puerta y al cabo de unos segundos su amigo la abrió.

-Mía, ¿qué haces aquí? -se puso su capa y cerró la puerta tras de sí.

-¿Puedo hablar contigo? -Mía le sostuvo la mirada mientras le hizo la pregunta, hecho que Teo percibió.

-Claro – en unos segundos salió con su capa.- Tú dirás.

-Verás, durante mucho tiempo siempre me he sentido extraña, dominada por el miedo... No sé cómo explicarlo. -titubeó en su forma de hablar.-Hasta ahora,  sólo me preocupaba en levantarme a cierta hora, salir con mi cesta y repartir comida. Miraba por los demás y, en realidad, solo los ayudaba porque me veía reflejada en ellos. No me daba cuenta de que eran mucho más. Ellos son mi familia, al igual que todos vosotros. Hasta ahora no lo había entendido y yo...-no terminó porque Teo tomó la palabra y le puso las manos en sus pequeños y hermosos hombros.

-Mía, nos ha tocado vivir en un mundo desolador que trata de manera injusta a la gente que no se lo merece, y que, además, saca lo peor de nosotros y nos aísla de todo lo que importa en verdad. Tú nunca has estado sola, amiga. Aunque te levantes y veas que la miseria y la desolación son el pan nuestro de cada día, tienes que ser más fuerte y buscar la felicidad si bien esté lejos o cerca.

A Mía se le escaparon unas lágrimas por sus mejillas; después vinieron muchas más. Teo se las quitó con sus dedos.

-Siento haberme comportado de esa forma contigo-murmuró.- Me gustaría cambiar y quiero que tú…
-Teo le agarró del mentón y le dio un beso en los labios. Ahí estaba su respuesta. Ella le respondió el gesto y lo abrazó. 
Ya no tendría sus  alas rotas. Nunca más.

Kaly


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