Como marionetas

Creía que no lo volvería a ver. Mi hijo…

Mi casa se encontraba alborotada. Abundantes objetos se hallaban esparcidos por el sinuoso suelo, rasgado a causa del forcejeo. Armarios abiertos, camas llorando desnudas, puertas heridas por golpes pasivos. Pero no había rastro de Esteban. Estaba allí, en cada rincón de esa casa, a la vez que oíamos sus risas chistosas. No podíamos verlo pero le sentíamos. Cada esfuerzo por encontrarlo, por cada intento de revivirlo, mi hijo se separaba más aún de nuestra compañía. ¿Cómo podía ser cierta tal paradoja?

Amigos y agentes de la seguridad rebuscaban en nuestro hogar como si no existiera vida. Frases dolorosas de ayuda se escuchaban de sus radios portátiles. ¿Cómo podía creer que mi hijo tuviera la etiqueta de “cuerpo sin vida”? Aún no habíamos localizado su cuerpo, vivo o muerto. ¿Por qué se habían cansado tan rápido de buscarlo con vida?

No debimos irnos. Nuestra obligación era protegerlo… ¿era nuestro destino esta tragedia? Solo estuvimos dos horas fuera de casa. ¡Dos horas! Pero nos lo arrebataron.
La policía nos aseguró que su objetivo era un robo. A causa del impedimento de nuestro hijo para que no entrara a casa, le llevó al ladrón a atacar. Algún arma blanca fue expuesta a la luz, con la que herirle. La sangre derramada por el suelo fue testigo del secuestro. Líquido carmesí brillante que se encontraba impasible, observando un mundo al que no le pertenece. Aquella sangre había vivido los peores momentos de nuestro hijo, al igual que retenía en su memoria el verdadero suceso de su desaparición.

Habían pasado tres semanas desde ese día. El objetivo de la policía era hallar cualquier rastro de Esteban. Las esperanzas habían tomado un rumbo declinante en nuestras vidas. Esperábamos una sola pista para que, al igual que en las atracciones, nuestras vidas retomaran un desvío vertiginoso.
No sabemos cuánto tiempo pudo transcurrir en aquella situación. No existían alegrías ni esperanzas; ni siquiera abundaba el temor y tristeza en nuestros corazones. Éramos cuerpos sin alma, marionetas sin vida arrastradas a una realidad que no nos pertenecía; personas guiadas por hilos infinitamente dolorosos que no eran capaces de filtrar un simple reflejo de luz.

Los medios de comunicación fueron los testigos de nuestro dolor; la búsqueda incansable de un simple rasgo de claridad para aquel asunto… ¿Cuatro meses habían transcurrido? Mi mente no procesaba el tiempo en el que vivía.

Abrí la puerta de su habitación, creyendo, de esta manera, que mi hijo volvería a estar en su cama escuchando su música. El reflejo de su vida se mostró ante mis ojos ojerosos y cansados de repetir su imagen una y otra vez; de revivir su ilusión cada día desde su desaparición. Me volví hacia el pasillo, lugar donde habían ocurrido los hechos. Quise ocultarme en ese momento; cerré los ojos tan fuerte que creí desaparecer en el tiempo. Observar donde se encontraba mi hijo era lo único que me importaba. Recuerdos de su sangre; paredes dañadas por golpes de fuerza; huellas de su zapato… Aquellas imágenes surgían de lo más profundo de mi mente tan seguidamente que creía estar soñando.

Sabía que no podía hacerse nada más. Su búsqueda se hallaba pausada por falta de pruebas y pistas. Mi hijo había caído en el olvido… aunque no en el mío.

Volvería a acudir a la guardia civil aportando, sin temor, pruebas falsas. Y decidida a salir por la misma puerta que mi hijo cuando desapareció, recibí una llamada telefónica. La esperanza me llenó el alma: habían hallado nuevas pistas sobre su paradero.


No sabían su estado, pero era lo que necesitaban.

 Su búsqueda continuaba.  


Lara Evems

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